Historia Vales
Mi nombre es Valeska y hoy quiero contarles la historia de cómo perdí gradualmente la vista debido a un lente de contacto. Ha sido un camino de lucha y esperanza, pero también de miedo y desesperación.
Todo comenzó hace más de un año, en febrero de 2024, cuando empecé a notar molestias en mi ojo derecho. Soy usuaria de lentes de contacto duros desde hace años, debido a un problema de miopía, y siempre había sido muy cuidadosa con su higiene. Sin embargo, un día tomé la decisión de lavar los lentes de contacto solo con agua, ya que se me había terminado el jabón, y eso fue el origen del problema.
Al día siguiente empecé a sentir una pequeña molestia, pero no le di importancia. Sin embargo, a medida que pasaron los días, los dolores comenzaron a intensificarse. Mi visión se volvió borrosa, mis ojos se enrojecieron y sentí una incomodidad constante que me preocupaba. Como me encontraba de viaje, tuve que acudir de emergencia a un hospital en Estados Unidos. Allí me dieron medicación para el dolor, pero no lograron darme un diagnóstico. Me indicaron que debía regresar a Ecuador lo antes posible para saber qué era lo que tenía.
Cuando regresé de viaje, visité inmediatamente a mi oftalmólogo de confianza. Al inicio, el diagnóstico fue una úlcera que, con los medicamentos y colirios necesarios, se curaría en una semana. Sin embargo, pasaron los días y no vi ninguna mejora en mi ojo; al contrario, el dolor se agudizaba cada vez más. Durante un mes me recetaron gotas y tratamientos que no hicieron más que empeorar la situación. No solo me sentía cada vez peor, sino que mi visión seguía deteriorándose. El miedo comenzó a apoderarse de mí cuando un día noté una mancha blanca en mi córnea, y nadie parecía saber qué estaba pasando. Fue entonces cuando empecé a buscar otras opiniones médicas.
Hasta que un día llegué a la consulta de la doctora Aura Pailiacho. Con su mirada experta y su dedicación, logró detectar al instante lo que los otros médicos no pudieron ver: una úlcera en mi córnea provocada por una ameba llamada Acanthamoeba. Esta ameba estaba devorando mi córnea lentamente, y el daño sería irreversible si no se trataba a tiempo. La doctora me explicó que esta infección es rarísima pero extremadamente grave, y que, debido al tiempo que había pasado sin un tratamiento adecuado, la ameba ya había invadido tres cuartas partes de mi córnea.
Fue un golpe muy duro para mí, porque mi vida se detuvo. La doctora me explicó que existía un tratamiento recomendado para esta infección, pero el medicamento necesario no estaba disponible en mi país ni en Sudamérica. La situación era aún más desesperante porque, sin el tratamiento adecuado, la ameba seguiría comiéndose mi córnea, lo que podría llevar a la pérdida total de la visión o incluso del ojo.
Pero la doctora no perdió la esperanza. Me recomendó un medicamento alternativo y se encargó de buscar los colirios que necesitaba. Lo más difícil era que estos medicamentos debían traerse desde Sudáfrica, lo que implicaba costos muy elevados y un tiempo de espera incierto. Empecé un proceso largo en el que tenía que aplicarme los colirios cada 15 minutos, día y noche. Después de más de tres meses con esta rutina, el cuadro comenzó a mejorar. Sin embargo, llegó un punto en el que, a pesar del tratamiento, el proceso se estancó y la úlcera en mi córnea no lograba cerrarse, lo que aumentaba el riesgo de una sobreinfección.
Tras varios intentos con distintos tratamientos, se tomó la decisión de intervenirme quirúrgicamente para forzar el cierre de la úlcera mediante un recubrimiento con membrana amniótica.
Después de la cirugía, la lesión finalmente logró cerrarse, pero la cicatriz que dejó la ameba ya era irreversible: la visión de mi ojo derecho se había desvanecido. La doctora me explicó que la única solución para recuperar la vista era un trasplante de córnea.
Los costos del tratamiento, las consultas médicas, los medicamentos, los exámenes y, sobre todo, la cirugía de trasplante de córnea, son muy elevados sin un seguro médico. Por eso, estoy solicitando su ayuda, porque sé que, con su apoyo, podré acceder a la cirugía que necesito para volver a ver con mi ojo derecho.
Cualquier aporte que puedan hacer, por pequeño que sea, será un rayo de esperanza en este camino tan difícil. Agradezco de corazón el tiempo que se tomaron para leer mi historia y les agradezco profundamente su ayuda.

